Descubrimiento de Yanaorqo
Descubrimiento de Yanaorqo 2001-2003
Yo estaba convencido de que los restos que encontramos en 1999 entre la vegetación selvática tenían gran importancia, porque aquel lugar y su toponimia coincidían exactamente con las referencias a Hatun Vilcabamba en antiguos documentos. No era fácil conseguir financiación para una aventura tan incierta y me decidí a viajar solo; ya conocía la zona y tenía allí algunos buenos amigos.
Yo pretendía que un arqueólogo del INC me acompañara para mostrarle los caminos incas y los recintos que habíamos encontrado en años anteriores. Estaba en funciones como director, el arquitecto Edwin Benavente, quien me recibió en su despacho. Le expliqué el objetivo de mi exploración sobre una fotografía aérea del Instituto Geográfico del Perú; le propuse que me facilitase un transporte hasta Huancacalle y que designara un arqueólogo del INC para que me acompañara. Me comprometí a hacerme cargo de su manutención y a facilitarle equipo para la expedición; así como mapas, documentos históricos y fotografías de expediciones anteriores para que redactara su informe. Me pidió doce horas para pensarlo y a la mañana siguiente designó pasa salir de inmediato al arqueólogo Luis Guevara, quien pese a su apellido español tiene rasgos y corazón quechuas. Cuando nos presentaron me contó que, horas antes de que le hubieran dicho nada, él ya sabía que iba a tener un largo viaje, porque aquella noche había soñado con sogas anudadas lo cual, según la tradición andina, siempre anuncia viajes imprevistos. En mis sueños no había sogas, tenía pesadillas relacionadas con la climatología y esa noche en Cusco me despertó una terrible tormenta. Lo que más temía era el comienzo de las lluvias porque si subía mucho el nivel del río Pampaconas sería inviable la expedición.
Al día siguiente Guevara me dijo que no había que preocuparse, su madre era infalible en sus pronósticos y había soñado que todo iría estupendamente; y él mismo había consultado con los apus y le prometieron que tendríamos buen tiempo, me aseguró. Y poco después, ya saliendo de Cusco, el conductor del INC que nos llevaba me dejó boquiabierto cuando, sin saber nada del sueño de Guevara, nos contó que él había adivinado esa noche que iba a viajar porque soñó también con sogas anudadas. Me relajé en mi asiento y disfruté del paisaje pensando que con tantas garantías oníricas no había ningún motivo para estar preocupado. El puente Chaullay sobre el Vilcanota estaba ya reconstruido y en ocho horas de viaje llegamos desde Cusco hasta Huancacalle.
Llegamos hasta Patibamba en tres días de camino que, como siempre, fueron un regalo para los sentidos. Largas horas de paseo a caballo disfrutando del silencio de las montañas, la vegetación y las aves exóticas; con tiempo para charlar con los dos amenos conversadores que me acompañaban, Nicanor y Guevara.
Subimos hasta Laura Marca, o Marcanay, abriéndonos paso con los machetes y ayudándonos con las manos para superar la pendiente. Junto con Guevara estudiamos los recintos y tumbas saqueadas que habíamos fotografiado allí dos años antes y proseguimos nuestra ascensión. Entre la espesura, encontramos rocas con varias grietas tapadas con piedras.
A 2.200 m.s.n.m., aprovechando un lugar en el que la pendiente era menos pronunciada, habilitamos una pequeña plataforma con troncos y ramas amarrados con cuerdas para montar la tienda precariamente. Los hermanos Huamán bajaron para traer agua, mientras que Guevara, Nicanor y yo dormimos apretujados en nuestro refugio de tela impermeable sobre el manto vegetal que cubría el suelo.
Al día siguiente proseguimos nuestro lento avance entre la espesura de bambúes y helechos bajo una intensa lluvia. Encontramos otros dos conjuntos funerarios y ya en lo más alto de aquella ladera pudimos ver a nuestra derecha la forma singular de una montaña de cima puntiaguda que había llamado nuestra atención desde abajo. Era Yanaorqo —que significa Cerro Negro — a 2.600 m.s.m rodeada de barrancos y valles muy profundos.
La maraña de troncos y raíces que estábamos pisando era tan gruesa que a veces ni clavando un machete hasta la empuñadura se alcanzaba el suelo. Para orientarnos había que subir de vez en cuando a un árbol evitando molestar a alguna víbora que pudiera descansar entre las ramas.
Seguimos hacia el oeste hasta una planicie llamada Sillarayoc desde donde se veían muy bien el “Cerro Negro”. Dominaba los dos valles, Patibamba y Pintobamba; así como el valle del río Pampaconas en dirección al oeste hacia el Apurímac. Desde allí con señales luminosas o humo sería posible comunicarse hasta las montañas de Ayacucho, al otro lado del gran río.
Encontramos una zona un poco más limpia de vegetación que según Nicanor parecía “el camino de un oso”. Un precario sendero abierto por las pisadas del gran plantígrado andino, el oso de anteojos. Guevara trazó un rectángulo en medio del sendero del oso y pidió lo limpiaran con los machetes. A treinta centímetros bajo la alfombra vegetal aparecieron piedras agrupadas.
— !!Es un camino inca¡¡ — gritó Guevara.
Hacía mucho tiempo que nadie armaba tanto ruido allá arriba. Nuestras voces y saltos de alegría espantaron a los animales que reposaban entre los árboles o sobre la alfombra vegetal. La ocasión lo merecía porque habíamos encontrado un indicio sólido en lo alto de la montaña.
El suelo empedrado de un camino había frenado el crecimiento de la vegetación y el oso lo aprovechaba en sus desplazamientos. A cincuenta metros hacia el oeste había un fuerte desnivel en el terreno y la vegetación ocultaba un muro de piedra. Más adelante aparecieron otros cuatro. Estaban en torno a la cima que dominaba estratégicamente la cuchilla de la cumbre y los dos valles.
Cita del libro “De Machu Picchu a Hatun Vilcabamba” de Santiago del Valle Chousa. Pg.161
Expedición Juan De Betanzos 2002
Compré al IGNP en Lima una fotografía aérea de la zona que habíamos explorado la cual me permitió observar la singular y estratégica estructura de la montaña, convencido de que allí estaba Vilcabamba la Grande.
Tenía que regresar y conseguí el apoyo de Discovery Channel para organizar una excavación en septiembre de 2002. Con mi Guía: Nicanor Quispicuzi Palomino; los arqueólogos Julinho Zapata y Wilbert Bolívar; con el productor Tom de la Cal y un equipo de grabación integrado por Rueben Aronson, Tony Hardmann, y Conan Muñiz; con José Antonio Martínez Ebell como médico.
Movilizamos cuarenta mulas y diez caballos para transportar el equipamiento necesario para mantener un campamento base en las ruinas descubiertas en las expediciones anteriores; y contratamos treinta y cinco operarios para colaborar en los trabajos de limpieza, excavación, protección de restos y exploración.
Continuamos la exploración de la montaña hacia el este y el oeste. En la zona oeste localizamos nuevos tramos de camino inca, algunos recintos y escaleras; así como estructuras defensivas.
La limpieza de Yanaorco dejó a la luz los muros de 2´5 metros de altura de un edificio inca, con las paredes cubiertas con mortero.
Exploré hacia el oeste otra montaña llamada “Corihuainachina”, que significa “lugar donde ventea el oro”, nombre que revela la existencia del rico metal en polvo, no en veta. Abriéndonos paso con machetes buscamos el camino inca que recorre la cuchilla y explorando las laderas y el valle.
Encontramos escaleras, muros y restos de recintos ocultos entre la vegetación. Bajo intensa lluvia, llegamos a lo alto del gran acantilado que domina el valle. El lugar que habíamos visto desde la orilla del río tres años antes, la primera vez que llegamos a Patibamba. Comprobamos que el lugar respondía perfectamente a la precisa descripción de la “Razón” enviada al Virrey Toledo el 27 de junio –escrita por Pedro Sarmiento de Gamboa- en la que explica que había en “el fuerte una pared de doscientos pasos de largo y dos de ancho...almenado con adobes y piedras abundantes con cuatro cubos”, donde los incas de Vilcabamba intentaron su última emboscada.
La excavación en Yanaorqo mostró que aquel era un sitio religioso vinculado a Hatun Vilcabamba. Pero habría que seguir buscando en aquel territorio despoblado para encontrar el núcleo de la ciudad perdida.