1997 Pampaconas
El descubrimiento de Pampaconas inca en 1997
Esta gran aventura comenzó leyendo en un periódico la noticia del descubrimiento de la crónica incaica que escribió Juan de Díez de Betanzos en el siglo XV. La investigadora María del Carmen Martín Rubio encontró en 1987 en los archivos de la Fundación Bartolomé March, en Palma de Mallorca, la primera versión íntegra de la “Suma y Narración de los Incas”, escrita por Betanzos, que fue el primer europeo que aprendió quechua. Él había visitado en varias ocasiones el reino inca de Vilcabamba y estuvo casado con la princesa Cuxirimay Ocllo, esposa principal del Inca Atahualpa. La obra mostraba una sensibilidad poco común en su época hacia la cultura inca y me llevó a estudiar la historia del último territorio inca independiente Vilcabamba y la desaparición de su misteriosa capital sagrada, Hatun Vilcabamba para los incas, o Vilcabamba la Grande para los españoles.
Viajé al Perú por primera vez en 1988 para realizar un documental sobre la crónica incaica de Betanzos y conocí a su descubridora, la historiadora María del Carmen Martín Rubio. Años después ella encontró otro documento incompleto, sin firma ni fecha titulado “Memorial de apuntamiento”, dirigido probablemente al virrey Francisco de Toledo en 1572, en el que se daban indicaciones sobre la ubicación de una población inca llamada Pampaconas, un lugar de enorme importancia histórica, porque allí se celebraron negociaciones de paz y también fue el lugar donde se preparó el ataque final para conquistar Vilcabamba la Grande.
Propuse a Carmen buscar sobre el terreno aquel lugar misterioso y desconocido y en julio de 1997 nos pusimos en marcha con Xosé Vidal Pan como médico
El director del Instituto Nacional de Cultural del Perú, Luis Arista, nos recibió en Lima, concedió el auspicio de esta institución a nuestra expedición y nos presentó en un acto público junto con la orquesta sinfónica nacional. Con este aval visitamos en Cusco el catastro del INC para conocer la documentación disponible sobre el parque arqueológico de Vilcabamba.
En aquel tiempo este organismo no tenía mapas detallados de la zona, sólo un croquis sin curvas de nivel ni coordenadas geográficas que situaba los lugares donde se había detectado algún vestigio inca. Había solo una borrosa fotografía de satélite en blanco y negro y los croquis publicados por expedicionarios anteriores eran poco precisos.
De todos los arqueólogos del INC en activo en Cusco solo había uno que había viajado en una ocasión hasta Vilcabamba y estaba ya a punto de jubilarse; había llegado a conocer Vitcos, Rosaspata y Ñusta Ispana, pero no había visitado el resto del territorio. Los años de terrorismo de Sendero Luminoso y la crisis económica habían frenado las investigaciones. No había modo de encontrar a alguien que conociera Vilcabamba, viajábamos hacia una nebulosa.
El director regional del INC designó para acompañarnos a un joven bachiller arqueólogo, Octavio Fernández Carrasco, el cual no había viajado antes a aquel distrito; y en dos vehículos todo terreno partimos hacia Vilcabamba por la empinada pista de tierra que serpenteaba entre barrancos hasta el abra Málaga, paso estratégico a 4200 metros de altitud, muy cerca de las nieves perpetuas del nevado Verónica de 5750 metros de altitud, reverenciada por los incas como el Apu Huaqay Huillca. Este paso era conocido en tiempo de los incas como Panticalla y actualmente como Málaga, utilizando siempre la palabra “abra” que se aplica en el Perú a los pasos principales entre grandes montañas.
Desde allí la carretera desciende sinuosa entre barrancos mientras la vegetación se hace cada vez más frondosa hasta llegar a Santa María, un poblado pequeño de clima muy cálido, a 1185 metros de altitud, a dos kilómetros de la principal puerta de entrada al distrito de Vilcabamba: el puente Chaullay sobre el río Vilcanota, que es el nombre que recibe el Urubamba después de pasar Machu Picchu. Una estrecha y sinuosa pista de tierra asciende por el valle de Vilcabamba internándose en el territorio del antiguo reino inca pasando por Oyara, Lucma, Pucyura y finalmente Huancalle, a casi tres mil metros de altitud. Dedicamos la siguiente jornada a completar los preparativos y visitar los lugares de interés arqueológico cercanos identificados por Hiram Bingham en 1911 tras su primera visita a Machu Picchu: Vitcos, la ciudadela donde fue asesinado el primer Inca de Vilcabamba, Manco Inca en 1544; Rosaspata con tumbas reales y andenes rituales y Yurac Rumi, o Ñusta Ispana, la enorme piedra con misteriosas tallas geométricas incaicas y fuentes ceremoniales. Al día siguiente salimos en camioneta por la angosta y empinada carretera que lleva a Vilcabamba la Nueva, población fundada por los españoles tras la conquista del reino independiente con el nombre de San Francisco de la Victoria.
Con el único guarda del parque arqueológico, Genaro Quispecusi, su hermano Nicanor, cinco ayudantes seis caballos y seis mulas nos pusimos en marcha ascendiendo lentamente la ladera hasta los 4.100 metros de altitud del abra de Qollpacqasa, que significa paso, o puerto salado, porque allí está la mina de sal de Orombei, explotada ya por los incas, de la que aún se conservan unos bellos muros. Descendimos por las hermosas escalinatas incas que hay en Maukachaca, sobre una enorme veta de arcilla roja, e instalamos nuestras tiendas en un prado, acogiéndonos a la hospitalidad del único campesino que vivía en aquel lugar.
Las indicaciones del antiguo texto que nos guiaba eran breves pero precisas: explicaba que después de cruzar el río Challcha había un camino ascendente que llevaba a Pampaconas y recomendaba aquel lugar como base para preparar el ataque final y la conquista de Hatun Vilcabamba.
Al día siguiente cruzamos el puente sobre el río Challcha y en su margen izquierda encontramos dos caminos. El que desciende hacía el valle siguiendo el cauce del río, era el utilizado habitualmente para el transporte de cargas y viajeros en dirección a Espíritu Pampa. De acuerdo con las indicaciones del antiguo documento descubierto por Carmen Martín, tomamos el camino que ascendía hacia la montaña, el cual nos llevó a una pequeña aldea con escuela y varias viviendas campesinas dispersas que formaban la Pampaconas actual. Se trataba de comprobar si había allí restos arqueológicos de la antigua ciudadela Inca.
Cuando Hiram Bingham llegó a aquel lugar en 1911 describió Pampaconas como un mundo “perdido y remoto” y no vio ningún resto arqueológico inca, por lo que concluyó que en aquel lugar no había estado Pampaconas Inca. Medio siglo más tarde Edmundo Guillén observó que aquel podría haber sido el emplazamiento de Pampaconas Inca; y así lo indicó en el croquis de la región que publicó en 1980 (1), pero no observó ningún resto arqueológico que le permitiera confirmar su intuición. Nosotros, advertidos por la antigua carta que nos guiaba, prestamos más atención a aquel lugar y a 3400 metros de altitud identificamos una estructura rectangular sobre muros. El arqueólogo Octavio Fernández confirmó que la técnica de construcción de los muros era inca. Se trataba de una gran plataforma ceremonial, un ushno grandes dimensiónes, con cincuenta y cuatro metros de largo por cincuenta de ancho.
Los campesinos llamaban a aquel lugar Ahukaypata —plaza de la alegría, o regocijo, en quechua— que es el mismo nombre que daban los incas a la plaza principal del Cusco. No se apreciaban restos del “intihuatana” que hubo en Pampaconas, el cual según las crónicas era de barro rojo lo que habría facilitado su destrucción. La palabra intihuatana significa en quechua donde se amarra, o retiene el sol, el dios inti. Generalmente era una estructura monolítica de uno a dos metros de altura con cuatro caras que servía como calendario astronómico para definir las estaciones observando la sombra.
En una zona más baja, a la derecha del camino con escalones de piedra, pudimos identificar un mortero inca. La niebla nos envolvió repentinamente y descendimos para acampar junto al río en Hututo, a 2900 m.s.m., donde aguardamos al día siguiente para continuar nuestro reconocimiento en Pampaconas. Pampa en quechua significa “llanura” y el plural se forma con el sufijo “kunas”. Por ello Pampaconas o Pampakonas es un topónimo que se puede atribuir a varios lugares, lo que dificultó la localización de la ciudad inca mencionada en diversas crónicas, con gran importancia en la historia del reino inca de Vilcabamba. Aunque también se llamaba “pampacona” a una pieza de tela doblada en varios pliegues que llevaban las mujeres sobre la cabeza en algunas ceremonias.
Diego Rodríguez de Figueroa llegó a Pampaconas en 1565 y fue recibido por el Inca Tito Cusi que intentó impresionarle con un desfile de sus fuerzas. Escribió que el “Pueblo de Pampakona tenía unos doscientos habitantes, estaba al pié de un fuerte alto cercado de albarradas” y que en sus inmediaciones le prepararon a él una “casa grande y para el Inka, un teatro grande de barro colorado”.
Además, fue el lugar elegido por los españoles para preparar el ataque final para la conquista de Vilcabamba la Grande. No tuvimos ninguna duda de que se trataba de Pampaconas inca, un enclave de gran importancia histórica porque allí se habían celebrado importantes negociaciones entre los incas de Vilcabamba y los españoles. Muy cerca de Pampaconas en Maukachaca, las grandes escalinatas incas estaban construídas sobre una enorme veta de barro rojo. Todo coincidía.
(1) Guillén Guillén, Edmundo. Boletín de Lima. Nº9. Lima. 1980
Cita del libro “De Machu Picchu a Hatun Vilcabamba” de Santiago del Valle Chousa. Pg.131